ARTE Y APRENDIZAJE - UNA ETNOGRAFÍA DIALÓGICA

Patricia Tovar – LIBEN

 

Realicé un extenso proyecto de investigación en un periodo de 4 años, una etnografía dialógica y artística en torno a los procesos de aprendizaje, identitarios y de creación, de un grupo de tejedoras de palma en el pueblo de San Miguel Tequixtepec (pueblo mixteco-chocholteco) en Oaxaca, México. Existen diversas formas de comprensión empática en el proceso de investigación. La conversación más allá de la entrevista, puede convertirse en un juego literario de creación libre, que genere una profundidad en el acercamiento a la mirada del otro.

 

A partir del proceso etnográfico se generó un acercamiento a la energía creativa de las mujeres, reconociendo a través de sus obras, la transformación de su mirada, su identidad en movimiento y la emergencia de su conciencia creativa y de grupo. Para lograrlo, fue necesario un trabajo de campo que se enriqueció con el estudio de la fenomenología, el arte contemporáneo, el diseño, la semiótica y la escritura creativa.

 

Durante el trabajo de campo, fui ampliando y transformando mi propia práctica y comprensión de la etnografía de manera coherente con la experiencia vivida y con la colaboración con las tejedoras. La relación arte-aprendizaje fue el eje de todo el trabajo emprendido de manera conjunta entre las tejedoras y yo.  Al aprender y cambiar pueden surgir nuevas formas de comprensión de la realidad y de revelación del conocimiento. El proceso etnográfico es también un proceso de aprendizaje en el cual se desarrollan habilidades y se trabaja con diversas inteligencias.

 

Como etnógrafa reconozco la necesidad de desarrollar una sensibilidad que haga posible establecer un contacto con mis propias emociones, ideas, creencias e intenciones a partir del proceso dialógico emprendido como aspecto central de la etnografía. Al mismo tiempo, la necesidad de análisis y reflexión, hace que, durante todo el proceso de investigación, se produzcan ciclos e intercambios entre el análisis y la creación.

 

En este proyecto desarrollé gradualmente distintas capas de escritura. Mis propios registros y textos eran compartidos y leídos en grupo con todas las tejedoras, de ahí se derivaban nuevas reflexiones, escrituras y también tejidos. Este proceso me permitió establecer una triangulación entre mi propia reflexividad y la reflexividad de las tejedoras, en intersección con los marcos conceptuales y artísticos que también sostenían el proceso.

En el siguiente nivel de escritura, busqué encontrar un ritmo, crear pausas y ampliar la complejidad de la etnografía e introduje pasajes de análisis, en donde la imagen se convirtió en el vehículo y la expresión de la densidad teórica.

 

La perspectiva metodológica retoma la propuesta de Roberto Cardoso de Oliveira, quien hace una distinción entre los paradigmas racionalista, estructural-funcionalista, culturalista; y el paradigma hermenéutico. La ruptura que ocurre a partir de este cuarto paradigma (hermenéutico) permite el cuestionamiento de la autoridad del etnógrafo, el énfasis en el momento histórico del encuentro etnográfico, la reflexión en torno a los límites de la razón científica y con ello la posibilidad de los cruces disciplinares, y la importancia del texto etnográfico en su proceso de elaboración. En este sentido interdisciplinario, integré también la perspectiva de la Etnopoética, de la fenomenología de Merleau Ponty, de la semiótica, de la reescritura y sobre todo del pensamiento de Bajtín y de Alfred Gell.

 

Durante el tiempo que compartí con las tejedoras de palma de San Miguel Tequixtepec en la mixteca de Oaxaca, México; imaginé acercarme a su memoria emocional a través de un ejercicio literario. Todo ocurrió en el momento preciso, una tarde cuando comenzamos una conversación informal pero muy significativa. Ahora que escribo y recuerdo, sigo llena de esa experiencia, mi memoria y la de ellas se han contagiado de un cierto sentido de grupo y las emociones que ello conlleva. Durante el juego de creación literaria, emergió algo que es común en casi todos los espacios sociales, sean indígenas, campesinos o urbanos; el hecho de que, a pesar de convivir por años, pocas veces hablamos de nuestras emociones. De tal manera les propuse jugar algo que llamamos “una palabra cae”.

 

Hay que visualizar una palabra y tratar de darse cuenta de que en el momento que pensamos y vemos una palabra, múltiples imágenes, recuerdos, otras palabras y sensaciones aparecen rodeándola. Algo parecido a tirar una piedra en el estanque[1]. Las ondas en el agua chocan como las palabras en nuestra imaginación: cae la palabra lluvia, y choca con el olor de la tierra, con ver llover cuando tenía cinco años, con una ventana y el asombro de ver la calle convertida en río, choca con un apagón en casa y los juegos de sombras en la pared…y así sucesivamente rebota, salta entre el espacio y el tiempo, deteniéndose a veces al azar y otras veces de manera consciente. Después, hay que completar el viaje, escribirlo y leerlo en voz alta para todas:

Emma Jiménez:

Casa: es el lugar donde está la familia.

Pensar en llegar a mi casa, estar con mi esposo con mis hijas. Escuchar el correr, el jugar de mis hijas en el patio. Quisiera ya llegar a mi casa para oír la plática que mis niñas tienen con su papá, los cantos, los juegos que ellas hacen, preguntas de lo que ellas quieren saber es lo más bonito que disfruto en mi casa.

 

Esther Cruz:

Aire: El aire me recuerda los días de la infancia cuando iba ayudar a mi papá en sus trabajos del campo.

  

Alicia Soriano Cruz:

Sentido: Yo siento ganas de trabajar, hacer algo maravilloso en el presente y en el futuro.

 

Minerva Benítez:

Aroma: Se siente el aroma muy bonito de las flores, de algunos árboles cuando voy caminando por el campo con mi familia o en el jardín con muchas flores.

 

Aurora Soriano:

Lluvia: me gusta la frescura del agua, después de llover salgo a la calle a pasearme. Siento el olor de la tierra. Me da gusto porque ya vamos a preparar las tierras para sembrar y me gusta sembrar.

 

Rocío Lara Jiménez:

Felicidad: Cuando nació mi primer hijo me sentí muy contenta porque lo quería conocer y demostrarle todo mi cariño y amor por igual, cuando nació mi segundo niño sentí mucha felicidad, para mí son lo máximo y mi felicidad más grande son ellos, mi familia y amigos.

 

Marina Ortiz Santiago:

Amor: cuando se piensa en el amor nos sentimos alegres, contentos de vivir unidos a una o más personas, animales, objetos, en el mismo mundo y cuando otras personas nos tratan con amor nos imaginamos un mundo lleno de rosas y muy felices de vivir. Cuando no vivimos el amor nos sentimos infelices.

 

Aurea Jiménez:

Agua: porque con el agua podemos vivir o estar jugando en el agua cuando hace mucho calor.

 

Juana Villegas:

Negro: me imagino algo tranquilo como una noche silenciosa o con muchos ruidos y a veces hasta con mucho miedo porque se oyen los ladridos de los perros y coyotes o el búho y muchas cosas.

Rocío Benítez:

Río: siempre a mí me han gustado los ríos por lo fresco que se siente andar caminando a la orilla del río, los árboles que se mueven con el aire, el agua que corre y por eso cuando oigo la palabra río me imagino andar en el río y sentirme a gusto.

 

Elizabeth Soriano:

Viajar: es bonito porque conoces otros paisajes como aprender a comunicarse con otras personas.

 

Otilia Soriano:

Amor: es sentir amor por los hijos, los hermanos, una amiga. El amor que sentí de mi esposo, aún muerto está el recuerdo en mi mente, doble amor y a la vez tristeza por mi hijo.

 

Cada lectura fue escuchada atentamente, cada fragmento de la memoria sensible iba llenando el espacio. El respeto hacia el otro ocurre como un encuentro con esa otra intimidad que me revela mi propio sentido de ser. Sucede que “somos una especie sujeta al relato…nuestra especie parece estar atada a la necesidad de una regurgitación lingüística de su experiencia. Y esa necesidad de relato es particularmente intensa en ciertos momentos de la existencia individual o colectiva”[2].

 

En las narraciones de las tejedoras, podemos observar cómo la escritura y la visualización propician relatos condensados, brevísimos, llenos de una disposición poética ante sucesos muy diversos. La distancia se acorta, la mirada se transforma. El aprender es una disposición del cuerpo, de la memoria y de las emociones que llenan cada instante del tejido de palma. La naturalidad del grupo para aprender entre ellas, para jugar y mejorar sus destrezas, tiene una historia femenina, son las madres, las abuelas y las hermanas quienes conforman una comunidad de aprendizaje.

 

A partir de la experiencia sensible de cada una en su participación en el seno de la familia, se ha creado, recreado e inventado la forma de aprendizaje colectivo que podemos observar en el taller de palma de Tequixtepec.

 

La idea de pertenencia cobra sentido siempre en el presente, pero su fuerza emotiva radica en la capacidad reflexiva para conectar las vivencias en el devenir. Múltiples instantes conforman el sentido de ser tejedora: la infancia, la figura materna, los paisajes, la comida…las transformaciones del tejido se tensan entre el pasado y el porvenir para llenar el presente. El acto de tejer en el aquí y ahora tiene sentido por la historia compartida de aprendizajes, una historia que se sostiene por la relación madre-hija. Así es posible sentir y pensar que cada pieza tejida es una historia.

 

Las tejedoras y sus obras emergen a lo largo de la etnografía, van perfilándose en toda su complejidad, su identidad se mueve, sus obras se transforman, y el texto se complejiza para contarnos muchas historias en torno a la relación entre crear y aprender.

Tejedoras de Tequixtepec: cada pieza es una historia.


 

[1] Este ejercicio literario está inspirado en el libro de Gianni Rodari “La Gramática de la fantasía”.

[2] Quignard, Pascal, revista “Le Debat” marzo-abril 1989 p 54