QUERER LA TIERRA – RELATOS DEL MAÍZ.

Patricia Tovar – LIBEN

Llevo meses repitiendo este mismo recorrido y cada vez que camino por la vereda  que conduce a Benito Juárez desde la carretera que va hacia Villa Alta, vuelve una  sensación de asombro que a veces me desorienta, me siento como extraviada y  envuelta por el rastro del rocío matutino en el aire, una frescura que me eleva.  Camino cuatro kilómetros totalmente sola sin darme cuenta del paso del tiempo,  voy descubriendo conexiones ocultas o imaginarias, pienso que hay un sentido en  el movimiento; en mi traslado dibujo líneas que se extienden por diversos  territorios, retornan y se entrelazan con las palabras, se fusionan, se bifurcan, se  convierten en hilos de un tejido sutil e infinito, son relaciones entre la memoria y  las emociones. Este esfuerzo de moverse y de encontrarse reconfigura el entorno  y la identidad, hay un descubrimiento cotidiano de pequeños gestos y surgen  historias narradas en algún punto de intersección.

 

Las relaciones y las trayectorias entre los pueblos son circulares.

 

Gente que viene de Villa Alta y otros pueblos de Ixtlán atraviesan Benito Juárez en  dirección de Oaxaca, andan en grupos arrastrando un rumor que cuenta historias,  vienen a vender a intercambiar naturaleza por metales y telas. Dejan pisadas de  viajes, suena una mezcla de voces y respiraciones, esperan, regresan.

 

Los caminantes bajan de las montañas en la madrugada, vienen cada uno con su  lengua y sus costumbres, van saludando y pidiendo posada, es como una  migración, un gran movimiento de gente atravesando Benito Juárez.

 

Son los años  treinta, en este tiempo no se siembra el maíz aún, esa lomería que está en el  límite entre Teotitlán y Benito Juárez está llena de hierbas silvestres, de venados y  de liebres; pronto será una milpa rodeada de hortalizas y un jardín con gladiolas y  margaritas. Un lugar así pacifica la mente y deja fluir las emociones como arroyos  serenos, no hay exaltación, tan solo una alegría modesta y profunda.

 

Los sembradores del maíz salen de Lachatao, llegan a Latuvi y de ahí han venido  a Benito Juárez.

 

Quieren cuidar sus linderos, les gusta la humedad de la montaña  alta y buscan que se les facilite la vida estando cerca de la ciudad y del mercado,  todos ellos tienen la cultura del maíz y traen guardada la semilla. Así comienzan  también a bajar para cultivar los terrenos de Teotitlán, bajan rápido por las veredas  casi trotando. Los sembradores están dispuestos a pagar una cuota por cultivar  los terrenos, pero no es necesario pagar con dinero, el maíz es mucho más  valioso que las monedas, ellos ofrecen a cambio litros de maíz; 20 centavos equivalen a un litro de maíz, 1 peso por un almud de maíz y 4 pesos por una  hectárea. Las milpas las sienten como propias y las siembran con gusto. La  semilla de maíz ha migrado junto con este deseo de producir alimento, en unos  años se ha adaptado y ha comenzado a producir suficiente como para que un  nuevo pueblo se establezca en donde antes era solamente bosque y neblina.

 

Sembrar maíz le da sentido a sus vidas, aunque en el fondo saben que no se  puede permanecer para siempre en terrenos ajenos. El momento llega y los de  Teotitlán quieren confirmar sus bienes, dejar bien claras sus fronteras, quieren  sacarlos, el abogado les aconseja absorberlos o expulsarlos. Ante una amenaza  de expulsión, necios se aferran, desesperados discuten, pues no es fácil dejar la  tierra que se siembra, el segundo hogar. Ocurre una fuerte lucha entre hombres  que de un lado y del otro hablan de su necesidad de sembrar maíz, pero no hay  apoyo y nadie comprende el problema ni hace un esfuerzo por sentir empatía y  poco a poco los campesinos van abandonando los terrenos, obedecen y se  retiran; con dolor se resignan.

 

Uno de los defensores de las tierras de Teotitlán es Esteban Santiago Gutiérrez, el  abuelo de Pastora Gutiérrez. Este conflicto involucra las historias de muchas  personas, tiene giros de la voluntad humana. Santiago está dispuesto a defender  los límites de su pueblo y al mismo tiempo anhela sembrar su propia milpa en esa  loma tan llena de sol, un lugar hermoso entre las montañas, un claro que se  extiende y está rodeado de ojos de agua; se arriesga y trabaja solitario e  incansable, duerme en la copa de un árbol, por la mañana no ve el presente y vive  en una continua premonición, mira el camino abierto, la milpa crecida y a sus  nietas en una pequeña casita con un tapanco lleno de maíz. Es un sueño que está  dispuesto a ver cumplido.

 

Estoy ahora en el patio de la casa de Pastora, hay una mesa de madera en el  corredor, las madejas de lana teñida colgando en el tendedero, el olor a fogón  invadiendo mis sentidos. Sofía, su mamá, entra y sale de la cocina, todo el día  trabaja en la preparación de la comida y a esta hora está haciendo las gelatinas  que lleva a vender al mercado todos los días muy temprano. Pastora y yo  platicamos de su abuelo, y su expresión revela un orgullo grande y poderoso, y sé  que si Santiago pudiera verla sabría que ese sueño sigue en pie. Me enseña  algunas fotos y veo a un hombre de expresión dulce y piel endurecida por el  trabajo, ella me dice que sí, que su abuelo fue un hombre suave. Lo recuerda  pasando meses enteros sólo, en un terreno que se ha convertido en tierra  sagrada. Me cuenta que Santiago subía a dormir en el árbol en el que hoy está  puesto su sombrero; su abuela pensaba que abandonaba a su familia, pero ella  sabe que su amor por la tierra era dedicación plena y desinteresada; que cuando se iba los mantenía cerca del corazón y los cosechaba cada mañana junto al maíz.

 

Ahí en esa loma extensa, Santiago, siembra maíz, chícharos, papas, perejil,  cilantro, rábanos, lechugas y flores. Él platica con sus nietas y les explica que sembrar la tierra es mucho trabajo y también les dice que muchos ricos tienen dinero, pero el día en que los campesinos dejen de trabajar, no van a comerse un  puño de billetes. Estas ideas quedan bien guardadas en el corazón de Pastora junto con la suave expresión de su abuelo.

 

Para seleccionar la semilla, Santiago aparta las mazorcas más grandes porque  esas son las buenas para sembrar el próximo año. Es la misma semilla traída  desde Lachatao y Latuvi, el mismo maíz morado, negro y blanco. Cuando se  siembran juntos el morado y el blanco, salen unos maíces rojos y otros mezclados  con una gama de colores exóticos. Los granos del maíz nativo tienen matices y  brillos, son irregulares y pequeños, alejados de la homogeneidad que dicta la  globalización. Son únicos como son únicas las personas que los siembran.

 

Cuando los norteamericanos llegan por primera vez al centro de la Ciudad de  Oaxaca, hacen su propaganda para contratar gente. Es el año de 1942 y Santiago decide emigrar a Estado Unidos, siendo uno de los 5 millones de campesinos que  participan en el Programa de Braceros. El viaje lo hace en tren de la Ciudad de  México hasta Ciudad Juárez y valientemente cruza la frontera para trabajar en la  siembra del algodón, la manzana y la fresa. Es época de guerra, y a pesar de  ello, la mano de obra mexicana hace de la agricultura estadounidense una de las  más prósperas del mundo; sin embargo cuando dejan de ser necesarios son obligados a regresar sin que se les reconozca la dignidad e importancia de su  trabajo.

 

Durante siete años Santiago viaja para trabajar en el Norte, con contratos de tres  meses que se renuevan cuando el patrón envía una carta y puede regresar. No  hay teléfonos ni bancos, y así se extiende un vacío de incomunicación y la familia  tiene que esperar durante meses para volver a verlo y tener un poco de dinero para alimentarse. La abuela de Pastora no es de Teotitlán sino del Valle de Etla y  no habla zapoteco, estando sola esta diferencia se hace más grande. Ella es en  realidad la cabeza de una familia de mujeres, sus nietas la ven con enorme  admiración y siguen su ejemplo, acuden a su llamado y guardan sus palabras  como verdades.

 

-Aquí nosotras en la comunidad somos gente que consume mucho el maíz  mientras haya maíz podemos vivir, lo importante es el maíz para tener tortilla y  atole, mi abuela dice teniendo maíz no nos falta nada.

 

Santiago se hinca, pone sus palmas abiertas sobre la tierra, la besa y le  agradece. Algunas veces llora con profunda y silenciosa emoción.

 

Esparce totomoztle y olote en la tierra para que se nutra, le habla a la milpa, toca  las mazorcas con el cuidado de un padre y las besa como quien besa a un bebé.

 

Se tira encima del montón de mazorcas, las abraza, se siente feliz y vuelve a llorar  de la manera más pura.

 

– Mi abuelo tiene mucho llanto de emoción y siempre está hablando con la milpa,  lo que hace es cantar. Él es un hombre aislado porque le encanta la tierra y la  milpa. También canta cuando mi abuela se enoja para hacerla reír. 

 

Pastora también se hinca y agradece a la tierra, pero lo hace a solas, cuando  nadie la ve porque siente que si hay alguien más se pierde esa conexión espiritual. Ella es más intima, pero no menos dedicada.

 

– Yo lo veo todavía a él y lo siento cuando voy a la milpa, inmediatamente se  siente esa fuerza, mi abuelo está vivo y sigue ahí cantando y cuidando la tierra, es  tan fuerte su amor y su presencia que todavía se siente. Siento que está conmigo  que nos está acompañando, todavía se siente. 

 

Al caminar en la montaña, Santiago es agredido varias veces, desde empujones y  pedradas hasta confrontaciones verbales con la gente de Benito Juárez, pero él es  paciente y poco a poco se va metiendo en la comunidad, él sabe hacer nieve y  con su suavidad y dedicación se gana amistades y respeto.

 

– Mi abuelo es un señor muy pobre, muy claro y muy valiente.

 

Gracias al dulce de la nieve y a la valentía de Santiago, la milpa crece y él tiene la  ayuda necesaria para cultivar la tierra. Hay amigos y cómplices como Ismael  Contreras y el señor Eliodoro, el tío Lolo, el cariño entre ellos es muy grande. Así, por la milpa de Santiago han pasado doce familias que han cuidado de la tierra y  sembrado el sueño. Actualmente son Enrique Ceballos, su esposa y su nieto  quienes están a cargo de la milpa de Santiago.

La situación se ha revertido. Hasta los años 60 Teotitlán del Valle produce maíz,  luego se deja de sembrar gradualmente y ahora se lo compran a los campesinos  de la Sierra, principalmente de Benito Juárez. Al parecer hay muy poco interés en  sembrar y la agricultura ha sido desplazada por el comercio. La venta de textiles y  la migración son dos factores de cambio social que han influido en la pérdida del  maíz. El programa de braceros del cual fue parte Santiago fue el inicio de un  cambio muy fuerte en el pueblo de Teotitlán.

 

– Pienso que poco a poco más gente se animó a irse a Estados Unidos y dejó la  tierra y por otra parte comenzó el auge de la comercialización del tapete, porque  antes nada mas se hacían jorongos y cobijas que eran para taparse, empezaron  los primeros comerciantes, comenzaron a viajar y la gente comenzó a tejer y  ahora casi todos son independientes y los más grandes están cansados y los hijos  están más enfocados en tejer que en sembrar la tierra y otra cosa que he visto es  que casi ya no hay agua, los que siguen sembrando son los que tienen pozo pero  los que dependen de la lluvia pues ya no siembran. La gente ya no tiene interés  mejor prefieren irse y dedicarse a otros empleos, muchos se van de obreros a la ciudad. Desde el 2006, hubo muchos cambios, disminuyó la llegada de turismo y  entonces la mayoría buscó trabajo en restaurantes, en hoteles y ese es otro  cambio importante. 

 

Los arrieros de Teotitlán caminan hasta Guatemala, llevando cosas para vender y  para intercambiar. Antonio, el bisabuelo de Pastora, es uno de estos viajeros.  Llevan sus burros cargados de cosas, entre ellas manojos de hierbas medicinales, incluida la marihuana. La planta no tiene estigmas y se siembra libremente en el  pueblo. El señor Eligio la cosecha y hace manojos, usa totomoxtle remojado en  agua para amarrarlos y los lleva junto con el romero, la ruda y el ajenjo.

 

Los arrieros van caminando de frontera a frontera. La ruta del Sur dura seis meses  y llega hasta Guatemala, de ahí regresan a Teotitlán por una nueva carga y se  van al norte, hasta Piedras Negras. Cuando llegan a Chiapas compran pescado y  queso y lo traen a vender a Oaxaca o lo intercambian por productos como  hamacas y huaraches. Cuando viajan al norte, llevan cobijas y jorongos tejidos en  Teotitlán como ancla que los une a sus raíces. Dicen que en el Norte hay muchos  campesinos y que hace mucho frío. Los arrieros conocen muy bien los caminos y  los peligros que hay, viajan en grupo para ser más fuertes; se juntan con los de  Tlacochahuaya y Tlacolula, se forman grupos de hasta 40 arrieros. En el camino  pueden encontrarse con ladrones y asesinos.

 

Algunas veces la muerte va con ellos cargando sus canastos vacíos y no es raro  encontrar en los árboles cuerpos inertes colgados, por eso llevan machetes y  palos escondidos entre jorongos y hierbas.

 

A pesar de todo, el trabajo de los arrieros se mantiene como uno de los más  importantes hasta el año de 1945 aproximadamente. A partir de entonces,  comienzan a ser cada vez menos hasta que se extinguen, posiblemente como un  efecto más de la migración controlada por patrones estadounidenses en el  Programa de Braceros. Los pocos arrieros que quedan se van haciendo viejos con  sus historias y mueren. Ahora hay migrantes y hay comercio de tapetes al  extranjero, pero arrieros como los de antes, ya no.

 

El comercio de los arrieros también creaba redes de relaciones entre culturas y  entre personas, la gente en los pueblos ya sabía cuándo iban a pasar los arrieros  y ya los estaban esperando, les daban hospedaje y alimentos y de este modo el  intercambio comercial se humanizaba, se intercambiaba más que mercancía; se  contaban historias, se encontraban necesidades comunes, se creaba amistad.

 

– Mi abuelito fue arriero y se llamó Antonio Gutiérrez y mi papá Esteban Santiago  Gutiérrez Martínez, a la edad de 14 años acompañó a mi abuelo en un viaje a  Guatemala, caminando por el cerro y descalzo. 

 

En 1943 se inaugura la brecha que une a Benito Juárez con Teotitlán, se hace a  pico y pala, ahora ya hay una carretera de terracería, pero ese avance tiene como  base el enorme esfuerzo de entonces por abrir el camino y la comunicación entre  los dos pueblos. Entre 1948 y 1949 se intensifica la siembra del maíz en Benito  Juárez, mientras comienza a decaer en Teotitlán. A pesar de haber sido  expulsados de los terrenos donde sembraban, los campesinos de Benito Juárez  aumentan su cosecha de papa y de maíz, logrando tener el primer lugar en el  mercado de papa a nivel nacional, pero cometen el error de introducir la semilla  poblana que acaba con la papa criolla originaria de la población.

 

-No hay reflexión, somos viles imitadores y no imitamos lo bueno sino lo malo.

 

En los años 50 la mayoría de las familias en Benito Juárez no tienen cocina, viven en un solo cuarto, donde ponen el fogón en medio y se tienden a dormir todos  alrededor, adultos y niños. La fogata es la que une, es la fuente de luz que invita a reunirse alrededor. Con el calor se desayuna, se come y se cena. Alrededor de la  fogata se habla de todo, cómo fue el día, que sucedió, qué salió bien o mal. La  fogata es muy significativa en la cultura zapoteca; es el medio que vincula a la  familia. Cuando un serrano ofrece a la gente su casa, le ofrece ese calor, le ofrece  su amistad.

 

La fogata se convierte en el fogón en la cocina, y hasta el día de hoy la cocina es  el lugar para conversar y para recibir a los invitados. Así, en la cocina de la casa  de Enrique y Susana pasamos largo tiempo conversando sobre el maíz, los  árboles frutales, nuestras preocupaciones, nuestros esfuerzos y anhelos, al mismo  tiempo que compartimos la comida.

 

Enrique es un niño de ojos pequeños y negros. Tiene 8 años cuando su papá  comienza a enseñarle cómo sembrar, y a él le gusta el campo, aprende los  distintos momentos del cultivo del maíz; le sobra energía y se esfuerza con gran  entusiasmo. En Marzo se comienza a sembrar, en Mayo se quita la tierra y se  barbecha dos veces. Cuando la milpa comienza a espigar, hay que arrimar la tierra. En Agosto hay elotes tiernos y en Noviembre y Diciembre se pisca, se pone  la mazorca en un tapanco o se extiende en el techo para que se seque bien.

 

Las distintas geografías y climas generan adaptaciones en el ciclo agrícola y  también en las técnicas de cultivo. En las laderas de la Sierra todavía se siembra  el maíz de cajete. Se hace un hoyo no muy profundo que se llama cajete porque  es un cuenco redondeado, en él se pone la semilla de maíz junto con la de la  calabaza, el frijol y el haba. Dentro del hoyo, en una esquina se pone también un  poco de composta. Enrique me cuenta que usando composta hay una mejor  producción y que el maíz ya está acostumbrado a que lo limpien y le arrimen la  tierra.

 

La semilla que se siembra en Benito Juárez ha tenido su propia ruta migratoria.  Cuando los habitantes de Lachatao viajan para formar el pueblo de Latuvi, se  llevan con ellos su semilla de maíz, que se adapta bien porque el clima en Latuvi  es un poco más cálido. Cuando algunos pobladores de Latuvi deciden emigrar  buscando estar más cerca de los Valles Centrales para poder bajar caminando a  vender sus productos, llegan al bosque en donde fundan una ranchería a la que  llaman Árbol madroño luego Rancho tabla y finalmente Benito Juárez. Los  primeros pobladores llevan consigo también la semilla de maíz de Latuvi. El clima  de Benito Juárez es más frío y los terrenos son irregulares así que tarda más  tiempo en darse el maíz y por eso necesitan bajar a sembrar en los terrenos de  Teotitlán del Valle. Con dedicación y trabajo la semilla de Latuvi se adapta y  actualmente casi todas las familias en Benito Juárez tienen un pedazo de tierra  para sembrar el maíz que consumen durante el año, solamente una parte de la  cosecha se vende en Teotitlán, el precio del kilo de maíz es $7.50; una familia de  tres personas consume al año 48 kilos y al mes 4 kilos que equivalen a un almud,  estos cuatro kilos alcanzan para hacer tortillas y atole. El maíz morado es más  suave y más dulce y se usa para hacer mole. El blanco es menos suave y se usa  para el atole. El amarillo es más duro y se usa para hacer atole colorado o  chocolate atole. El maíz nativo tiene granos tornasol y su aroma es fuerte y fresco.

 

– Cuando vamos a sembrar el maíz, sentimos que es una fiesta, contentos  andamos, cantando, chiflando. Y más cuando ya la planta viene, se siente uno  bien. Se mete uno dentro de la milpa y se siente sabroso, tranquilo; el cuerpo se  siente, le raspa las hojas y se siente uno en paz. 

 

Cuando se va a sembrar la semilla del maíz se le habla y se le agradece. Enrique  habla suavemente y le dice a la semilla de maíz “llegó la fecha y este es el cielo  que te toca, te voy a sembrar para que crezcas y produzcas el alimento”.

 

Además de tener una milpa familiar y de trabajar en la milpa del abuelo de  Pastora, Enrique Ceballos tiene un huerto de manzanas, duraznos, peras y  ciruelas. Lleva muchos años cuidando sus árboles, injertándolos, poniéndoles  composta. El sabor de una manzana recién arrancada del árbol es maravilloso, la  sensación de comunión y gratitud con el árbol es inmediata, sentarse ahí en medio  del pequeño paraíso de Enrique y Susana es una experiencia profunda de amor  por la naturaleza que no se dice o se piensa sino que se practica. Es la esperanza  practicada.

 

Me emociona comprender que la vida de cada árbol en este huerto está ligada a la  vida de Enrique y su familia, estos árboles son sus compañeros, sus aliados. Hay  belleza en la relación entre un campesino y la naturaleza.

 

El hombre en el campo, en su trabajo cotidiano, permanece tranquilo. Observa con  calma lo que pasa con la tierra, acompaña el crecimiento de su milpa, cuida a sus  animales, acomoda el follaje, riega y cosecha. La vida del campo es así, el  campesino no desea ser rico, no piensa en la acumulación. Siembra para  sobrevivir y para resistir. Es consciente de su trabajo y de la libertad que goza al  tener su propia tierra. Su tiempo es cíclico no tienen un reloj en su muñeca, no hay  una estructura jerárquica que lo oprima. Un día puede ser necesario sobrepasar  su cuerpo, esforzarse y trabajar el día entero, pero otro día tiene tiempo para  descansar y contemplar el campo. El campesino parece que nunca ve el dinero,  no hay pagos por mes ni por semana y sin embargo siempre está invirtiendo; en  algún momento llega el dinero como resultado de su paciencia y su inversión, pero  con ese dinero seguramente comprará algunos animales o más tierra para  sembrar, arreglará su casa, su cocina y guardará un poco para la fiesta del pueblo.  Las preocupaciones en el campo son pequeñas y trascendentes, cuidar a los  animales, producir alimento, comer juntos, tener comida para compartir.

 

-Las personas no valoran el campo y lo que cuesta producir, lo que pasa es que  reina el egoísmo, el orgullo y la envidia. Lo que sí es importante hacer es  concientizar a la gente, decirles a nuestros hijos o nietos; no te vayas por otro  lado, no pienses que vas a encontrar una veta de oro. No hay otro trabajo mejor  que el campo, es importante seguir trabajando el campo en lugar de irse a Tijuana,  a Estados Unidos o a Oaxaca. 

 

No puede entrar el maíz transgénico a México porque habría hambre en todo el  país.

 

Texto basado en los testimonios, conversaciones, caminatas, historia oral de  Pastora Gutiérrez, Enrique Ceballos, Sofía Gutiérrez, Perfecto Mecinas y  Valeriano Quero.

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