CUERPO INCIERTO

Patricia Tovar – LIBEN

El cuerpo es ese territorio intrincado y enigmático que contiene el mapa de nuestra memoria y en el cuerpo el mundo social se asoma, se manifiesta con violencia o sutileza. El cuerpo es un tejido de relaciones que nos permite vincularnos con otros y con el entorno; hilos de energía, de intención, de deseo…se van intercalando entre el cuerpo y el mundo ¿cómo podríamos distinguirlos? El lenguaje de mi cuerpo es el lenguaje de mi entorno, habla de mi historia, de mi cultura y a la vez muta, se deshace, se reinventa. Produce las condiciones de una espacialidad existencial. El cuerpo es acaso esa experiencia originaria, de gestarse en otro cuerpo y por lo tanto permite afrontar lo interior y lo exterior. El cuerpo es siempre interior y exterior; es límite que se abre y se cierra. Por lo tanto posee una doble funcionalidad es el borde que toca el mundo y es imagen recreada infinitamente.

 

En el performance el cuerpo se cuestiona, no es solamente el vehículo, el medio sino el territorio colonizado que hay que liberar. Se trata entonces de encontrar esos lugares que se resisten a la alienación que lo sujeta, que lo torna dócil y callado. El ser humano es un animal auto-performativo, se crea a sí mismo en la acción y sus actuaciones son reflexivas, todo su actuar tiene repercusiones que se manifiestan también en su cuerpo. Víctor Turner planteó que existe un cuerpo de experiencia colectiva viva y presente por eso la experiencia no es completamente subjetiva sino que está mediada por narraciones o estructuras narrativas con las que dialogamos. Hay mitos que viven en nuestro cuerpo, relatos de género que nos hacen actuar, que incluso nos dirigen, narraciones en torno al bien y al mal, a la razón y la locura que modulan el performance humano colectivo.

 

El género performativo está integrado por discursos y prácticas sociales que pueden ser rituales, ceremonias, acciones poéticas, carnavales, tecnologías y lenguajes. De tal manera que el cuerpo se produce en la acción, se desvanece y se torna incierto en su movimiento perpetuo; lo que vemos son los rastros de múltiples cuerpos desgarrados y algunos muertos.

 

El cuerpo no es una materia sino el conjunto de todas las energías que emanan de él y que lo rodean, lo transitan, lo modelan. El cuerpo es vacío, el cuerpo es incierto, es líquido. Su naturaleza acuosa y mística supera lo carnal e incluso lo erótico. Hemos aprendido a rebajar nuestro cuerpo al eslabón de lo matérico, lo hemos limitado al conocimiento sensorial. El performance como arte intenta elevar el cuerpo, algunas veces violentándolo, despojándolo de sus armaduras simbólicas.

 

En el performace el cuerpo se resiste a ser constreñido, se resiste a su función instrumental, deja de ser excrecencia pecaminosa y moralmente atravesada para tener plena apropiación de su ser como acción.

 

El cuerpo como acción se expresa como una intrincada trama de posibilidades. De tal manera se torna en principio activo que dimensiona la actividad humana. El cuerpo es entonces una pluralidad dotada de sentido, deja de ser compacto y unitario y se convierte en un cauce de gestos, de prácticas, de razonamientos, de afectos, de imágenes. El espesor del cuerpo es su propio lenguaje.

En el performance como en el erotismo, el cuerpo se despliega ante el otro para poseerlo, la mirada, el tacto de otro cuerpo produce una forma de euforia, de experiencia de estar con el otro. Recorro mi cuerpo al poseer un segundo cuerpo. Miro mi cuerpo desplegarse a través de la mirada del otro.

 

Ser con el otro en lugar de estar a su lado, ese otro no es solamente humano sino también antihumano, maquinal. Donna Haraway en su “Manifiesto cyborg” defiende el uso metafórico del término cyborg como la superación de la rigidez de las dicotomías, del pensamiento binario: hombre-mujer, vida-muerte, humano- máquina. Somos híbridos, duales y complejos. Somos mutantes, llenos de abismos, somos naturaleza y somos fantasía, una invención que nunca se agota.

 

El performance genera distintas unidades temporales y de sentido que crean y rehacen un texto-acción continuo entre lo sagrado y lo profano como modalidades del ser en el mundo, como situaciones existenciales.

 

El performance adquiere una dimensión ritual al integrar lo sagrado como orientación del saber y de la energía y lo profano como ruptura y como sustancia. El performance como ritual se relaciona con lo puro y lo impuro. Lo contaminado, lo impuro es lo que viola determinado orden de ideas, posee una fuerza desestructurante. Todo performance es político en ese sentido de ruptura del orden de lo puro. La actitud del performer es intuitiva, su comprensión es intuitiva, pero la ejecución de la acción es interpretativa. La acción poética lleva a la conciencia y al lenguaje lo que la intuición ha comprendido.

 

En el arte acción se integra la racionalidad y la sensibilidad entre experiencia y sentido, entre imagen y palabra. El cuerpo no es una certeza y produce un performance continuo.

 


Referencias bibliográficas:

Turner, Víctor. El proceso ritual Taurus, Madrid 1988.

La selva de los símbolos. SXXI, Madrid 1980.

Donna Haraway, “A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and SocialistFeminism in the Late Twentieth Century” in Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (New York; Routledge, 1991) , pp.149-181.

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